Tenía diesciocho años cuando escuché No Quarter por primera vez, y a la cual hice mi compañera favorita en las noches de borrachera.
Un six de cervezas Indio, un par de cigarros Camel eran suficientes, Sentado en el balcón, justo a la entrada del segundo piso de la casa. Las luces amarillas del alumbrado publico ayudaban a contrastar el negro natural de la noche. Esa canción me daba la sensación de estar ebrio sin beber, muy sanos para alguien como yo que vivía mis tiempos de gran pretensión, pretender ser inteligente, escritor, poeta maldito, músico distinto. Nada que alguien inconsciente de sus edad y condiciones no padeciera.
«Esto claramente es un sueño del que no puedo despertar, pero no estoy seguro si es un anhelo o una pesadilla»
Así me siento cuando escucho Led Zepellin.
A pesar de no durar tanto, No Quarter dilataba el tiempo y me envolvía en un ambiente denso, en el que cuesta trabajo respirar. Dicho lugar parecía estar invadido por la neblina que el sintetizador —tocado maravillosamente por John Paul Jones— recreaba con cada nota. Sin embargo, la guitarra de Jimmy Page salía al rescate, como un héroe místico del cual no sabes si es mejor ignorarlo o confiarle tu vida, pues más que sentirte seguro, te transporta a un auto que va avanza a máxima velocidad y no tiene frenos.
La voz de Robert Plant me recuerda como si me hablara la mujer amada. En aquel entonces siempre que regresaba de su casa No Quarter solía aparecer aleatoriamente en mi iPod durante el trayecto nocturno. Podría decir que es una canción que representa el contraste entre las luces artificiales y la noche natural con la que convivimos todos.
Ya fuera antes de que saliera el sol, o al ocultarse, aquel tema es parte de la banda sonora de mi adolescencia. Hoy la escucho y me recuerda todos esos caminos que daban la impresión que nadie los quería transitar, pero a mí me entusiasmaba hacerlo solo. Seguramente el diablo se burlaba de mi infundada valentía diciendo “estas caminando a lado de la muerte, y no habrá cuartel para ti”.