Abril de 1973, estación de policía de Santa Cruz, California.
Una conversación de Edmund Kemper con la oficial de policía Stella Saint y el Oficial Jim Conner sobre el posible secuestro de dos estudiantes comenzaba a revelar algunos escenarios importantes.
— Jim, seguimos sin tener pistas de Rosalind Thorpe y Alice Liu. Sus padres refieren que después de dejarlas en la escuela ellas ya no volvieron. Algunos de sus amigos confirman haberlas visto dentro del campus. Es como si se hubieran evaporado ahí dentro.
Esto no tiene sentido. Necesito un cigarrillo, ¿quieres algo de la nevera?
— Estoy bien, gracias —dijo la oficial de forma desanimada. De pronto, sonó el teléfono— ¡Estación de policía, habla la oficial Stella Saint!
— “Habla el asesino de colegialas, quiero confesar mis asesinatos”
— Amigo, esta línea no es para estar jugando —dijo en tono molesto y después colgó—. ¡Qué tipos, en verdad que no los entiendo! ¿cómo consiguen este número? —dirigiéndose al oficial Jim, el cual solo hizo un gesto de ignorar el hecho. El telefono volvió a sonar— ¡Estación de policía, habla la oficial Stella…!
— “Soy el asesino de colegialas, maté a un par de mujeres hace tres días…”
— ¡Amigo, no estoy jugando, si vuelves a marcar rastrearemos tu llamada y te vamos a encerrar! ¿No tienes amigos con quien jugar? —colgó el teléfono de manera enfurecida— ¡Dios, que exasperante!
— ¿Qué sucede Saint?
— ¡Un lunático que ha estado haciendo llamadas de broma, como si no tuviéramos suficiente en este maldito lugar!
¡El telefono volvió a sonar!
— ¡Parece que en verdad te quieren hacer enojar eh! ¡Anda, ya no le hagas caso!
— ¡Infeliz! Juro que si es de nuevo él lo voy a buscar por todo el estado. ¾volvió a tomar el telefono de forma violenta. ¡Amigo, más vale que no se…!
— “Habla Edmund Kemper, quiero hablar con el oficial Jim Conner, es urgente” —no dijo nada más, tampoco obtuvo respuesta de la oficial, pero sabía que la curiosidad le haría comunicarle a la persona que estaba buscando—.
— Un tal Edmund Kemper, quiere hablar contigo, es la misma persona que ha estado llamando.
— ¡Pásamelo! Ed, qué tal amigo, oye, no puedes estar llamando para bromear con la línea oficial.
— “Amigo, lamento las molestias, pero no podia esperar, estoy bastante cansado. Hace tres días maté a mi madre y a su mejor amiga, Sally, ¿la recuerdas?”
— Ed, esto no es gracioso ¿En dónde te encuentras? ¿Estás bien? ¿Consumiste alguna sustancia?
— “Estoy en la Autopista 1, en el condado de San Mateo. Necesito que vayas a casa de mi madre y compruebes que estoy diciendo la verdad. También quiero confesarte que el asesino de colegialas soy yo. Esperaré en la línea mientras ustedes llegan al lugar y verifican lo que estoy diciendo, ¿me puedes hacer ese favor Jim, amigo?”
— Ed, ¿eres consciente de lo que esta confesión significa?
— “La tortura de una mala conciencia es el infierno de un alma viva Jim. Ya no puedo seguir en este infierno”.
El oficial Jim Conner, mandó a verificar la casa de Ed. Cuando llegaron los oficiales al lugar, encontraron los cuerpos mutilados de Sally Hallett de cincuenta y nueve años, amiga de Clarnell Strandberg, de cincuenta y dos años, madre de Edmund Kemper. Al corroborar la historia, el oficial Conner y una flota de policías fueron hasta la ubicación de Ed para detenerlo. En la cabeza de Edmund, solo existia el sonido de las patrullas y las luces de sus sirenas rompiendo la tranquilidad de la carretera.
¡Casi una hora después de terminar de la llamada!
Una flota de autos se detuvo frente a él. Nadie hizo ningún intento por amenazarlo. El oficial Jim Conner caminó tranquilo hasta donde se encontraba su amigo.
— Ed, pon las manos donde las pueda ver. Por favor voltéate. Voy a colocarte las esposas. No hagas ningún movimiento brusco.
— Estoy bien Jim. ¡Por fin todo terminó!
— No puedo creer lo que voy a decir… ¡Edmund Kemper, estás arrestado por el homicidio de Clarnell Strandber y Sally Hallett! ¡Tienes derecho a guardar silencio, de lo contrario todo lo que digas será usado en tu contra…! Si no puedes pagar un abogado defensor el estado te proveerá de uno de oficio.
— Nada de lo que diga podrá afectarme más.
Edmund, entró a la patrulla de forma tranquila, como si estuviera descansando después de un pesado día.
— Ed, ¿Por qué lo hiciste? ¡Tu madre… la escena que encontraron los oficiales fue grotesca…!
— Perturbadora quizás, estaba un poco molesto, quiero decir…
— ¿Y la otra mujer? —dijo la oficial Stella—.
— ¡No lo sé!
— Tus antecedentes dicen que también mataste a tus abuelos, ¿fue por simple odio? —preguntó en tono curioso la oficial—.
— El odio no es simple. Toda mi infancia fui maltratado por mi madre, hostigado por mi tamaño. Tenía un desprecio irracional hacia mí. Llegué a la conclusión de que se rehusaba a mostrarme afecto para no ser blandengue como mi padre.
— Eso no tiene mucho sentido —respondió ella en busca de una confesión—.
— Es una lástima que ya no se lo vas a poder explicar a ella, así como tampoco me explicó por qué me obligó a vivir en el sótano de la casa, sin luz, sin nadie con quien platicar, alimentado únicamente por cabezas de pescado. Al parecer creía que a mis diez años era un violador en potencia. Todas las noches al dormir, atoraba la puerta de salida con la mesa, así se aseguraba de mantenerme encerrado —explicó Edmund de forma tranquila—.
— He escuchado casos similares y nunca se convirtieron en asesinos como tú.
— ¡No estoy tratando de justificarme oficial; esto es la tesis que constituye mis acciones! De hecho, a esa edad ya me había hartado de sus malos tratos, así que decidí fugarme a la casa donde vivía mi padre, solo que me encontré al viejo casado y con nueva familia. No me recibió del todo bien, y supongo que yo tampoco me sentía muy cómodo viendo como el amor que siempre me fue negado ahora era dando sin restricciones a unos desconocidos; por lo que me regresaron a vivir con mi madre.
¡Edmund Kemper hizo una pausa, como la que hizo antes de tocar a la puerta de su antiguo hogar!
Al volver ella me dijo “nunca había sentido tanta paz en la casa hasta que no estuviste”, ¿saben qué fue lo que pasó? Me echaron y fui a parar al rancho con mis abuelos.
— ¿Qué fue lo que te hizo matarlos Ed?
— Es raro Jim, me llevaba bien con mi abuelo, pero mi abuela era el origen de todo lo que odiaba en mi madre, su forma de ser conmigo era similar. No ocultaba la molestia de tenerme ahí —Edmund Kemper se quedó en silencio, mientras admiraba el paisaje de la carretera—. Un día me estaba regañando y la verdad sentí que no pude más, fui al garaje, tomé una escopeta y le disparé detrás de la cabeza, después un par de veces en la espalda. Creí que aún no tenía suficiente, por lo que la apuñalé con un cuchillo hasta cansarme. ¡Su sangre tibia brotaba en mi cara y luego… nada! La escondí en una habitacion y esperé a mi abuelo para contarle todo, pero no pude. Lo recibí con un balazo, fue como saciar mi curiosidad por matar a un ser humano. Ya había matado y degollado un par de gatos, pero esto fue distinto.
— Eras un niño Kemper, tenías catorce años cuando te arrestaron y llevaron al psiquiátrico.
— ¿Cuántos años estuviste ahí dentro? —preguntó la oficial, quien lo miraba desde el espejo retrovisor—.
— Cinco. De alguna forma convencí a los médicos de que no tenía ningún trastorno; me gané su confianza, analicé detenidamente aquello que les hacía creer que yo no tenía ningún problema, incluso ayudé a tratar a otros pacientes ¡Nadie sospechó! Acumulé tanta información sobre violadores, asesinos, psicópatas; sus comportamientos, rutinas, errores. Cuáles eran las respuestas que les hacían salir de los problemas, cómo controlaban a sus víctimas. Fue como ir a la universidad —dijo esto último casi en silencio, acercándose a la oreja de la Oficial Stella—. Al final salí bajo custodia. Lamentablemente mi madre era la única que podia hacerse cargo de mi… a pesar de que se recomendó específicamente lo contrario. Fue muy duro para mí volver a padecer ese infierno.
— Pero cuando saliste ya eras un adulto, pudiste arreglártelas solo…
— ¡Estás equivocada, toda mi infancia la viví encerrado, no sabía socializar con nadie de mi edad; todo había cambiado cuando salí! Al recibirme, mi madre me culpó de no haber cogido los últimos seis años, a pesar de haberse casado un par de veces. ¡De hecho, le pedí ayuda! ¡Insistí en que me presentara mujeres de mi edad, pero ella se empeñaba en recalcarme que no las merecía! —dijo un poco más animado, pero luego se tranquilizó—. En fin. Parte de mi libertad condicional me obligaba a estudiar y quise ser policía estatal, como ustedes, así que tomé una infinidad de cursos de criminología; a pesar de haber aprobado todos los exámenes, me rechazaron y no precisamente por mi pasado, si no por mi estatura, ¡que estupidez! ¡Rechazado por mi madre y por la academia de policías de los que terminé siendo amigo! ¿no Jim?
— Solíamos reunirnos en un bar, “The Jury Room” Ocean 712. Era nuestro cuartel, solíamos estar ahí todos los de la comisaría después de trabajar.
— ¡Y yo siempre fui su amigo molesto! Me di cuenta de inmediato Jim —lo dijo de forma tranquila, como perdonando al oficial por algo que no sabía que era culpable—.
— Tienes que entender que para nosotros seguir hablando de crímenes después de trabajar era cansado. Siempre nos caíste bien Ed, pero no te puedo negar que muchas ocasiones deseábamos no verte ahí.
— ¡Oh, ahora es momento de confesar! ¡Ok, ok! Supongo que no hay problema en reconocer que todas las charlas que tuve con ustedes me ayudaron a ser quien soy ahora. De alguna manera Jim, tú y tus amigos son parte de mi desarrollo como criminal. Todas las veces que accedieron a enseñarme a usar un arma, cuando me contaban cómo encontrar criminales, sus tácticas, en qué ponían atención, como es que daban con las pistas. Todas esas palabras me las memoricé Jim, ustedes siempre fueron buenos amigos para mí.
— Dices que eres el asesino de colegialas que hemos estado buscando, ¿qué fue lo que pasó con Mary Anne y Anita Luchessa? —preguntó la oficial Stella, quien había seguido los asesinatos de Edmund Kemper sin saber que era este sujeto—.
— Fue hace poco más de un año. Ambas estaban pidiendo ride, iban de la universidad de Fresno hasta la Universidad de Standford. Yo había practicado por mucho tiempo cómo ganarme la confianza de quien fuera, así que una vez que estuvieron en el auto, viajamos por una carretera aislada hasta un silencioso bosque, ahí las esposé. A una la obligué a meterse en la cajuela, mientras me llevé a la otra y le puse una bolsa en la cabeza, intenté asfixiarla lo más pronto posible pero la perra rompió la bolsa con sus dientes, así que la apuñalé. Entonces fui por la chica que estaba en la cajuela. Me preguntó si le había pasado algo a su amiga, así que fui sincero y le dije que solo la había matado, pero que nunca la golpeé.
¿Qué pasó con ella?
—Se puso a patalear y me rompió uno de los faros traseros del auto, así que le corté la garganta. ¡No me dejó otra opción Jim! —elevando su tono de voz—. Puse ambos cuerpos en la cajuela y me los llevé a casa. De camino me detuvieron unos policías por no traer la luz que me había roto, pero no se percataron de nada más. Estuve dos días con esos cuerpos fríos, tuve sexo, las forniqué lo más duro que pude y después los descuarticé. Ustedes nunca encontraron los cuerpos por que los fui arrojando por partes en los baldíos que encontraba por las carreteras. Con lo único que me quedé más tiempo fueron con sus cabezas, para poder masturbarme con sus bocas frías. ¡Ahora, ya saben dónde buscar! —sentenció—.
— ¡Eres un maldito sínico!
— ¡No se equivoque oficial, usted nunca habría llegado a las deducciones que yo! El cinismo es una de dos respuestas que tiene lo absurdo, la otra es volverse impotente ante las situaciones que nos acontecen. Y yo, no soy ni uno ni lo otro. ¡Pues lo mío no fue absurdo, pero si cruel! —Edmund Kemper estaba cada vez más animado—.
— Ed, pudimos haberlo resulto, pudimos haberte ayudado. Siempre estuviste cerca de nosotros porque no…
— Claro que me ayudaron, incluso brindamos otro de mis asesinatos Jim ¿Recuerdan a Aiko Koo? —interrumpió de forma tajante—.
— Estudiante de quince años, desaparecida en septiembre del año pasado —dijo la oficial, demostrando que estaba al tanto de las desapariciones de la ciudad—.
— Después de matarla fui a Jury Room, tomamos un buen rato, ¿no lo recuerdas Jim? Cuando me despedí de ustedes fui al estacionamiento a ver el cadáver de la bailarina. Me sentí satisfecho, ¡como un cazador de peces que tuvo un buen día de cacería!
— ¡Eres un desgraciado! ¿cómo pudiste? —le recriminó la oficial—.
— ¿Cómo pudieron ustedes? —respondió enojado y acto seguido continuó con un dato casi irónico—. Al día siguiente el psicólogo me dijo que ya no necesitaba la libertad condicional ja, ja, ja. ¿Pueden creer lo estúpidos que han sido todos ustedes? Mientras me daban aquella “alegría inesperada” yo tenía la cabeza de la niña en la cajuela, me había masturbado con su boca unas quince veces.
— ¡Ya basta Kemper! —interrumpió el oficial Jim y el silenció acaparó la patrulla. Edmund se tranquilizó un poco, volteó a la ventana y antes de volver a hablar, hizo una mueca—.
— Fue lo mismo que yo pensé cuando tuve que volver con mi madre Jim. No pude contenerme. En enero de este año maté a Cyndi Schall, tenía dieciocho años. Llevé a casa su cadáver y esperé a que mi madre durmiera para meterla en el closet. Al día siguiente cuando ella se fue a trabajar a la Universidad, penetré ese cuerpo inerte, la descuarticé, y guardé la cabeza para masturbarme con la boca de la muerta. Días después enterré la cabeza en el patio justo debajo de la ventana del cuarto de mi madre, puse la cabeza boca arriba para no desentonar con la sensación de altiveza de mi madre y pensé “espero que te haga sentir como siempre has querido, por encima de todos”.
— ¡Ed, has sido el terror de la comunidad de Santa Clara en los últimos dos años! Tuvimos que emitir una alerta para que nadie tomara “ride” de autos de desconocidos.
— ¡Oh, Jim, Jim, amigo cuanto lo siento! ¡Solo necesitabas tener una calcomanía de la universidad! Mi madre tenía montones de esas cosas en casa, no fue tan difícil.
— Pero si estabas arto de tu madre y tanto la odiabas ¿Por qué servirte de ella? ¡Solo eres un hipócrita enfermo! —la oficial trató de reducir las acciones de Edmund Kemper a algo sin valor. Pero él estaba convencido de que sus actos eran algo más elevado que simples instintos—.
— Está claro oficial que usted desconoce por completo el concepto de hipocresía. Aunque debo de confesar que las últimas dos colegialas que maté su fue en venganza de mi madre, sin embargo, ustedes también son culpables, sus deficientes estrategias para encontrarme me permitieron vivir como un hombre normal frente a la sociedad; ¡a ellas las maté dentro del campus, un balazo algo sencillo! Cuando las llevé a casa, comencé a descuartizarlas en el patio. Yo alcanzaba a ver a los vecinos, por lo que, si alguno hubiera volteado, seguro me habrían descubierto.
¡Ahí fue cuando te dimos a conocer como el asesino de colegialas… pero no sabíamos que eras tú Edmund Kemper!
— Aunque no lo parezca Jim, no me gustaba matarlas. Lo que realmente satisfacía mis impulsos era controlarlas. ¡Yo mismo quería controlar mis tentaciones! Un día me topé a dos personas idénticas a las primeras colegialas que asesiné. Me pidieron un aventón a otra universidad así que las subí a mi auto. El camino por el que querían que fuera era el mismo por el cual yo había transitado aquella ocasión. Decidí tomar otro; ya no quería seguir con esto. Ellas se asustaron, pero las dejé justo donde me pidieron. Yo sabía que si pasaba por el mismo sitio no podría controlar mi impulso de matarlas, ¿tuvieron suerte no creen?
— Suerte es que ya no estarás en las calles, e iras directo a la cárcel maldito psicópata —dijo la oficial quien ya estaba asqueada de escuchar las terribles precisiones de Edmund—.
— ¡Ustedes me atraparon solo porque yo quise oficial, no quiera apropiarse ningún mérito, recuerde que usted me colgó dos veces antes de poder hablar con mi migo Jim! Así que, si fuera por su impecable trabajo, yo estaría libre aun…
¡Edmund Kemper había pintado una pequeña sonrisa en su rostro, la cual alcanzo a ver el oficial Jim!
— ¡Ed por favor, basta ya!
— Jim, yo sabía que tenía que atacar el problema de raíz, por eso decidí matar a mi madre. Compré una magnum 44 —hizo una pausa, recordando como había tomado la determinación de lo que estaba a punto de cometer—. Ahora que lo pienso, me parece absurdo todo esto. Al día siguiente de comprar el arma un par de oficiales fueron a visitarme pues, les pareció sospechoso que una persona con antecedentes penales pidiera un arma de ese calibre, así que por protocolo me decomisaron el arma. Los hice pasar y les mostré que tenía una escopeta. Reímos los tres por el hecho de que tenía un arma más grande. Jamás se enteraron de que la caja que sostenía la escopeta tenía dentro los restos de una de las víctimas y todas las identificaciones de las personas que había matado.
— El enigma indescifrable de quién era el asesino de colegialas siempre estuvo a nuestro alcance.
— Pero no la última Jim. Un par de semas después, mi madre llegaba de una fiesta, estaba borracha. La encontré leyendo un libro. Antes de que pudiera decirle alguna palabra me recibió diciendo “no me digas, quieres platicar de algo conmigo y tendré que dejar de leer”. Esas fueron las últimas palabras que salieron de su horrenda boca. Esperé a que se durmiera. ¡Tomé un martillo y la golpeé en la cabeza hasta matarla! Después le corté la cabeza, le metí mi verga en su boca, y tuve sexo con su asqueroso cuerpo, ¿No había tenido sexo en siete años por mi culpa no? ¡Ahora lo tendría! —entonces Edmund comenzó a gritar eufórico—¡Yo no era una lagartija que había salido de una piedra Jim, salí de su maldita vagina! —hizo una pausa para recobrar la calma, no le gustaba exasperarse, ya no—. Después llevé la cabeza a la cocina y le grité todas las cosas que había callado. Después la usé como una tabla de dardos, no sé cuánto tiempo estuve clavando esas cosas en su puto rostro, ¡Pero no era suficiente! Destrocé toda la cabeza con un martillo, corté su lengua y la laringe y los tiré en el procesador de alimentos en la cocina, pero fue demasiado para la trituradora. Vi como salió brotando de nuevo en la tarja, pensé “es un buen final para ti, toda la vida chingándome, me parece perfecto que termine así”. Escondí el cuerpo y me fui a tomar con ustedes de nuevo a su maldito bar.
— ¡Edmund Kemper, no quiero seguir escuchan…!
— Invité a su mejor amiga ver películas a la casa, en cuanto llegó la estrangulé y la decapité para pasar la noche con el cuerpo. A los días salí con el auto y he estado manejando hasta hace unas horas. Se había terminado Jim, se había acabado el problema, pero… de alguna forma aún me sentía atado a ella. Estuve escuchando el radio todo ese tiempo; nadie se había enterado de las muertes, incluso había dejado una nota, fue por eso por lo que decidí marcarles… y aquí estoy, cansado, sin ningún propósito, mentalmente destruido. Ya no tenía ningún sentido seguir adelante.
Edmund Kemper pidió la pena de muerte, sin embargo, recibió ocho condenas de vida, lo que significa que una vez que se termine el periodo de la primera condena, comienza la segunda. Actualmente sigue vivo y es uno de los prisioneros más ejemplares de la institución. Ha reusado a asistir a sus juntas que apelarían por su libertad condicional, alegando que aún no está listo para salir a la sociedad. Su siguiente junta es en abril 2024.
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