El 11 de marzo del 2014 murió mi madre. Estuvo enferma de cáncer durante cuatro años en los que aprendió a vivir con la enfermedad (es lo que me gusta pensar). Algunas personas estuvieron ahí, otros tantos se ausentaron. Me di cuenta que muchos ya no importaban, entonces decidí dejarlos ausentes a partir de ese momento, quizás no pude desterrar su presencia del todo, pero sí han pasado a un termino terciario, minúsculo. Desde ese momento sentí que había perdido el interés, como si la pasión se hubiese cansado de acompañarme.
Muchas veces me invadió el miedo de tener que mentir para ser un ejemplo a seguir, resultado de una responsabilidad que irónicamente cobró vida a partir de la muerte de una persona, incluso pensé en abandonar mi responsabilidad, y traer conmigo una pareja que sustituyera la figura materna, pero al mismo tiempo lo creí falso y cobarde. Afortunadamente terminamos de crecer con lo que nos quedó.
Los días desfilan y se llevan mis motivos, mis vicios ya no los encuentro divertidos, el amor me parece una exageración desde que la envidia ya no alimenta mi alma. No estoy madurando sino siendo sincero. Ya no me es valioso mantener fuertes lazos afectivos porque los veo como obstáculos. El dinero me ha llegado y lo he dejado ir sin distinción, sin cariño, sin respeto; ya no tengo sueños.
Seguramente me siento impotente frente a muchas cosas y mi única salida es el cinismo.
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